Iñaki VIGOR
La mayoría de las personas recluidas en el campo de concentración de Urduña fueron gudaris del Ejército Vasco y combatientes antifascistas catalanes, aunque también hubo civiles, desde adolescentes hasta ancianos, que nunca habían cogido un arma. Así se desprende de la investigación realizada por Joseba Egiguren, basada en documentos encontrados en archivos militares de todo el Estado español y en testimonios de varios ex prisioneros que han relatado en entrevistas personales las terribles experiencias que padecieron.
Esta investigación tiene carácter totalmente independiente y no ha contado con la colaboración de ninguna institución pública ni privada. «La existencia del campo de concentración -señala el autor- también forma parte de nuestro patrimonio histórico, pero los hechos que ocurrieron allí dentro se han ignorado a pesar de haber sido los más trágicos e infames acaecidos en Urduña durante todo el siglo XX».Este campo de concentración se estableció en el antiguo colegio de los Jesuitas, donde había estudiado el propio lehendakari del primer Gobierno Vasco, José Antonio Agirre. Fue destinado a la reclusión preventiva, la clasificación y la reeducación de prisioneros republicanos capturados por las tropas franquistas en los frentes de Bizkaia, Aragón y Catalunya.
Los prisioneros encerrados en este lugar fueron obligados a trabajar como esclavos en diferentes obras públicas y privadas. Entre ellas se encuentra la reconstrucción del monumento de la Virgen de la Antigua, que se erige en la cumbre del monte Txarlazo y se ha convertido en uno de los símbolos del municipio vizcaino.
«Mataron prisioneros a golpes»
Numerosos reclusos de aquel campo «fueron sometidos a un trato inhumano que se sustentó en el hambre, el frío, la humillación y la brutalidad desmedida de guardianes que llegaron a matar prisioneros a golpes», revela esta investigación.
Al margen del edificio principal, el campo de concentración de Urduña contó con tres grandes inmuebles auxiliares que se emplearon como centros de internamiento y hospitales.
En total, el número de muertes registradas oficialmente durante los más de dos años en que permaneció abierto asciende a 24, pero Joseba Egiguren no duda de que se produjeron muchas más «que no fueron anotadas en ningún sitio». Los cuerpos de aquellos fallecidos fueron enterrados en el cementerio municipal sin lápida o inscripción alguna que los recuerde.
«Afortunadamente, Urduña no fue un campo de exterminio, como lo fueron los campos nazis. Es cierto que hubo prisioneros que no sobrevivieron, pero la finalidad de su cautiverio -precisa el autor de este estudio- no fue la eliminación masiva del enemigo, sino su confinamiento preventivo, clasificación y reeducación».
Cifra oficial: 201 muertos
Una vez que el campo de concentración fue cerrado, a finales de 1939, el edificio que lo albergó se convirtió en la Prisión Central de Urduña. Fue un centro de reclusión para penados, donde oficialmente murieron 201 personas, la mayoría de ellas de hambre.
A pesar del tiempo transcurrido, la estructura y la distribución del recinto han variado muy poco desde entonces, habiéndose conservado casi sin cambios. Como ejemplo, Joseba Egiguren constata que la explanada exterior en la que se encuentran los patios, donde se hacía toda la vida diurna (recuentos, formaciones, reparto de comidas...) está hoy en día prácticamente igual que en aquella época de la dictadura franquista.
El edificio fue reconvertido más tarde en centro privado de enseñanza y en la actualidad se ubica allí el Colegio Nuestra Señora de la Antigua, regentado por los Padres Josefinos de Murialdo.
Alrededor de 50.000 prisioneros de guerra republicanos fueron recluidos en condiciones deplorables en el campo de concentración de Urduña, habilitado por las fuerzas franquistas entre 1937 y 1939. Después de tres años de investigación, el periodista Joseba Egiguren ha sacado a la luz nuevos datos y testimonios de este episodio tan poco conocido de la reciente historia de Euskal Herria.
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